Quedan doce días, pero doce días de qué?
Doce días de una libertad acartonada y triste, doce días de fatiga, de stress, algo menos de dos semanas de agobio cerebral. O más bien doce días antes de una carga horaria, de un ritmo rutinario que promete torturarme, de tiempo libre y días sin respiro. Doce días para un bien o un mal, para un por qué o par a un esto. Doce días para saber si sí, o si no.
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