viernes, 23 de julio de 2010

De pronto estaba parada frente a ese artefacto letal que llamo heladera.
La abrí, miré adentro y no había nada que me apeteciera.
Al segundo siguiente agaché mi cabeza y miré lo que debería ser una parte chata de mi cuerpo y exclamé en voz alta "DIOS!" mientras internamente pensaba, "estoy tan gorda". Acto seguido alcé mi cabeza, cerré la heladera y olvidé esa última secuencia, abrí la alacena consecutiva a la heladera y revolví entre las galletitas y los polvos azucarados y coloridos denominados jugos, hasta encontrar una bolsa de cereales a la que le quedaba aproximadamente, un tercio. La saqué contenta y abrí nuevamente la heladera para agarrar la leche. Tomé un tazón y puse una cantidad apropiada de cereal, vi nuevamente el paquete, el tarro y eché lo que quedaba dentro. Era poco para guardarlo y suficiente para que dentro del cacharrito hubiera DEMASIADO contenido. Vertí la leche, hasta vaciar el saché y lo tiré. Me fui sonriente a la computadora donde ahora estoy sentada y comí charlando con un par de amigos por MSN sabiendo que en unos días iba a odiar ese gran, GRAN tazón de cereales que disfruté tanto hace un rato, pero me reí tanto por todo lo que pasaba a mi al rededor y lo sigo haciendo que la verdad, todos estos kilos de más, no me interesan. JÁ ! Chupate esa mandarina!

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