Es increíble como después de recorrerte todo local que se te cruzó por el camino, como luego de probarte 3542 pantalones, de 132 talles distintos, de 52 colores y cortes, con todos los tiros existentes, como seguido de declararte resignada, de caer en un profundo trauma, de sentirte angustiada, deprimida y frustrada, porque no sólo no te gustaban sino que te quedaban mal y eran talles enormes para lo que normalmente usas o consideras aceptable (cambia con la marca pero te traumatiza que te digan que sos un 40 cuando la última vez eras 36), como después de pasar por eso y decidir ahogar tu pena en un helado, la voz salvadora de tu madre te aconseja probar en una casa más, en ese local al que fuiste un par de veces, donde tenían lidas cosas, y como sos optimista (una mancha más al tigre...) optas por un último intento y que sea lo que Zeus quiera. Entrás, te atiende una simpática vendedora, revisas los percheros, todos los pantalones, y encontras tres que te gustan. Te probas uno y es chico (ya empezamos), el talle más grande y va, VA CARAJO, Y HASTA ES LINDO! Pero te queda uno por probar. Un 36, luego de probarte ese 40 que te quedaba bien, you're kidding me, right? Es fisicamente imposible. Pero si tu carismatica vendedora lo dice, entonces debes hacerle caso. Un, dos, TRES! ENTRA. Qué? Cierra? Cierra. CIERRA. CIERRA, CIERRA, CIERRA, ME QUEDA BIEN! Lo que es el poder de una madre. Ahora soy feliz con mi pantalón nuevo. Gracias Zaff, gracias madre.